Bueno que pasa, ¿nadie me va a dar un beso?
martes, 21 de julio de 2015
Gata imbécil
Vamos a ver. A santo de qué coños te has tenido que escapar?
Tenías de todo. Me encargué personalmente de que te fueran reponiendo pienso y agua. El caso es que cuando llegué le otro día, no eché cuenta. Venía agotada, derrotada, y no se me ocurrió mirar. También sé que los gatos vais a vuestro rollo. Pero al día siguiente ya me decidí investigar, alertada por tu ausencia. En esta casa no hay nadie más arisca y huidiza que yo, así que esto no te lo consiento. ¡Y resulta que encuentro signos evidentes de que te has largado!
Cuando Susana llegó, lo primero que hizo fue buscarte incesantemente por toda la casa. ¡Mami, no la encuentro! ¿Dónde está Chuche?
No sé corazón, me temo que se ha ido.
¿Pero cómo se va a ir? ¡¡Si yo la quiero un montón!!
Un rato después me tuve que enfrentar a Susana, que llorando a lágrima viva me tendió un cartel que había escrito ella, en el que decía que había perdido a su gatita Chuche y que la echaba mucho de menos, que si alguien sabía algo de ella que por favor nos llamara:
¿Mami, podemos poner esto en el portal?
Se me partió el alma, ¿sabes gata imbécil? ¿por qué te has tenido que largar? No tenías derecho a hacerle esto a mi Susana.
Al menos espero que estés disfrutando contemplando la luna desde los tejados, y que estés follando mucho.
Vete al carajo.
domingo, 12 de julio de 2015
La canción
A veces me acuerdo de una canción. Simplemente me viene, o sucede que otra que estaba escuchando, de pronto, por asociación de ideas, me lleva a ésta última... La busco, la pongo, y desde los primeros compases, siempre me asalta el mismo puñado que me agarra el pecho y me encoge el corazón. Y siempre pienso lo mismo: "La ultima vez que escuché esta canción, aún vivía mamá". Y vivía aún en su casa, y aún no me daba cuenta de lo que hoy la iba a echar de menos, la de veces que iba a maldecir el tiempo desperdiciado, que nunca aproveché con ella. Y acabo llorando. Y siento un vértigo indescriptible, y una tremenda soledad. Y una tristeza infinita.
Sigo siendo la misma mujer huraña y poco sociable que he sido toda la vida. Tengo, se supone, todos los elementos necesarios para estar rodeada de gente: éxito, dinero, belleza dicen, JA!... un pelo negro del que me siento orgullosa, y una aversión especial por la luz del sol. Pero sigo siendo, esencialmente, una mujer solitaria, salvo por mis dos niños, ya sabéis, mi sobrina Susana, hija de mi hermano muerto en guerra, a la que adopté como hija propia, y mi hijo Martín, hijo de un cobarde que no aguantó a mi lado ni hasta el día del parto. Pero hoy estoy completamente sola. Acabo de llegar a casa, dos dedos de polvo y olor a cerrado... creo que mi ordenador se ha alegrado de verme. Los niños están con mi hermana. Sí, tengo una hermana. No, no nos parecemos en nada. Ella es una mujer sociable.
Así que aquí estoy tumbada en mi cama, dejándome acariciar por esas notas y por la brisa confortable del aire acondicionado, en una tórrida tarde de julio en la que ni las lagartijas se atreven a asomarse a la calle, mirando a las paredes polvorientas de mi casa después de más de un mes vacía, pensando en que acabo de sobrevivir a un puto cáncer de puro milagro, sin que ni siquiera se hayan llegado a enterar ni Susana ni Martín, y que ahora soy yo la que ha pasado a la siguiente fase, la que ocupa ese lugar, la que está detrás del mostrador, la que conduce el coche, la que empuja el carro, la que dice lo que hay que hacer. Y de repente rompo a llorar desconsolada, y grito "mamá!!" y vuelvo a llorar, y pataleo, y pego puñetazos a las paredes. Y luego me sueno los mocos y me calmo.
Y pienso que esta es la última oportunidad, que es la última fase que me ha tocado (sobre)vivir, y me pregunto cómo voy a hacer, para hacerles entender, para que sean conscientes de lo que tienen..., para que Susana y Martín no tengan que sufrir, dentro de 30 años, la tristeza y la desolación que hoy siento yo.
De pronto pienso que esto me ha vuelto frágil, y que no puedo consentirlo. De un salto me levanto de la cama, descuelgo el teléfono, y marco:
Hola Susi, ¿cómo están los niños?
Sí, ya he llegado. Pues te puedes imaginar.... no, no hace falta nena, ya llamo a Natalia.
Sí, muy bien de verdad, mañana me paso a por ellos
Sí, de verdad, no te preocupes, ya puedo, en serio.
Oye:
que gracias.
Yo también te quiero Susi.
Cuelgo.
Me siento en el ordenador, vuelvo a reiniciar la canción, y comienzo a escribir...
De pronto descuelgo de nuevo:
Susi. Oye... que estaba pensando... ¿Me paso con comida china y cenamos juntas?
Vale. Termino de escribir una cosilla, me ducho y voy.
Sí, setas con bambú, no se me olvida...
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