Pedro, tengo hambre.
Vamos a la cocina y hacemos algo de desayunar, pero frío, ¿eh? que ya sabes que mamá siempre nos dice que no toquemos el fuego. La tita ha dicho que no nos movamos de aquí, y que ahora nos llama.
Quiero tostadas.
Bueno vale, la tostadora sí la podemos usar. Saca el pan de molde del cajón anda.
Martita abre el cajón del pan y de pronto adopta un gesto compungido: ¿Mamá no se va a despertar nunca, Pedro? ¡Yo quiero que vuelva! dice entre sollozos.
No, Martita. Creo que no. ¿Quieres mermelada? Pedro ha asumido ya su papel de hombre de la casa, y se encuentra en ese extraño estado de shock en el que eres todo responsabilidad y valentía, aunque puedas contar aun los años que tienes con los dedos de las manos.
No, sólo mantequilla.
Tomás está reunido, como de costumbre, con el consejo, que le llaman ellos jocosamente. En su empresa, una vez cada dos semanas hay una reunión donde se analizan los objetivos propuestos y se contrastan con los logrados. Cada uno tiene la oportunidad de exponer cuáles son las dificultades y problemas con los que se ha encontrado para desempeñar su función, a la vez que se plantean sugerencias de mejora. Estas reuniones, para no entorpecer la marcha normal de la estresante tarea, se producen en sábado. No es demasiado gravoso perder una mañana de sábado de cada dos para mejorar las cosas en tu trabajo, especialmente si un 20% de la empresa es tuyo, y te duele, como se suele decir. Carmen no opinaba lo mismo, y echaba de menos a Tomás en esas interminables mañanas de sábado, en las que básicamente se aburría con los niños en casa, sobre todo si hacía buen tiempo y éste invitaba a salir. Porque a Carmen esto de tirar sola de dos niños siempre le vino grande, y la realidad es que no se atrevía a salir sola con ellos a la aventura, era muy miedosa, cagona, como le solía decir Tomás. Tomás es un hombre con mucho más desparpajo, brillante, divertido, lo que se suele decir un crack de las relaciones sociales.
En plena reunión, la puerta se abre y aparece Ingrid: Tomás, tu hermana al teléfono. Dice que es importante.
Dile que ahora la llamo.
Vale, contesta Ingrid mientras se marcha, dejando la puerta cerrada tras de sí.
10 segundos después la puerta se vuelve a abrir, y aparece Ingrid blandiendo un teléfono inalámbrico en la mano: Perdonad. Tomás: dice tu hermana quetepongashostias!
Tomás se levanta y coge el teléfono que le tiende Ingrid.
Dime Evita
Nadie escucha lo que Eva le cuenta a Tomás desde el otro lado de la línea, pero viendo la expresión de su rostro, a nadie le extraña cuando Tomás sólo contesta: ¡joder! ¡voy corriendo!, y suelta el teléfono encima de la mesa. Tengo que irme, perdonad.
¿Qué pasa Tomás?
Carmen, los niños, exclama Tomás sin ser capaz de hilar una frase, mientras sale corriendo por la puerta.
Mientras, en la cocina, Pedro y Martita se están comiendo unas tostadas, de mantequilla ella, de mantequilla y mermelada él, acompañadas con unos buenos tazones de colacao que Pedro ha preparado en el microondas.
A ver si consigo, con mis insustanciales tonterías, que os escuchéis entero el concierto nº 2 para piano de Rachmaninov.
Me tienes enganchado
ResponderEliminarSabes una cosa... Leerte a ti ahora, en este relato o series de relatos me supone como... Elegir un portal de la calle al azar, subir a uno de los pisos, al azar, sentarme en el sofá del salón (al modo invisible para mi)... Y escuchar, ver, oler, analizar... lo que dicen esas personas desconocidas... Así me siento ahora en tu blog.
ResponderEliminarBeso Sara.
Impresionante.
ResponderEliminarEl concierto para piano,también.