Todos me lo dicen, pero yo no les hago caso. No es racional, lo sé, pero estoy tan locamente enamorada de ti que todo me da igual... que seas perjudicial para mí, que esté echando mi vida por la borda. Me prometo mil veces al día que lo voy a dejar, pero al final siempre me cautivas de nuevo.
En la penumbra de mi salón, me dedico a contar las horas, y casi puedo ver a los enanitos que van empujando las agujas del reloj, les observo en silencio, y les animo a continuar, porque pienso que nunca van a llegar a su destino si no lo hago. Me muerdo las uñas de las manos, las uñas de los pies, me muerdo los pies, me muerdo las manos, me arranco padrastros, me arranco las manos, y las cuelgo en el tendedero. Me muero de frío, y luego de calor. Me doy una ducha, salgo, me fumo un pitillo, y luego me como una manzana, y me vuelvo a meter en la ducha. Cualquier cosa por tal de matar el tiempo. Eres peor que el tabaco, no puedo soportar la idea de estar separada de ti.
Creo que esto no es bueno, que no es sano. Estoy completamente obsesionada. Suena el teléfono: lo cojo corriendo. Un puto vendedor de lineas adsl. Le cuelgo de malos modos. ¡Maldita sea!
Por fin apareces, tocas a mi puerta, y te abro, diciendo estupideces sin sentido, como siempre, porque pierdo los papeles, y esbozando la mejor de mis sonrisas con el rimmel mal puesto y quitado, y vuelto a poner 5 veces. Creo que nunca estoy lo suficientemente guapa.
Y allá voy contigo, rumbo a una de tus nuevas y sorprendentes sesiones de fuegos de artificio, que yo sólo sé interpretar como cosas maravillosas y extraordinarias, mientras atrás, en la casa, queda mi perro, con gesto desaprobador, la toalla, tirada en el suelo del baño, emborronada de rimmel y nervios, mis uñas, mis manos tendidas, incapaces de pararnos, ni a tí ni a mí, mientras el puto vendedor de líneas adsl aporrea incansablemente el timbre del teléfono.
Nada nada, no te preocupes, ya puedo yo. ¿Y Susana?
En la bañera. ¿No la oyes cantar?
Ah, Ja,ja, Sí. ¿Ha hecho los deberes?
Sí, claro. La verdad es que hoy se ha portado muy bien.
¿No te ha dado guerra? Ya sabes que se parece bastante a su tita.
Ja,ja, noooo, hoy se ha portado. Que por cierto, tengo algo que contarte de esta mañana.
¿Le gustaron los zumos nuevos?
Sí, pero no van por ahí los tiros. Es que me ha dejado muy impresionada, ¿sabes Sara?
¿El qué?
Pues mira. Un ratito después de que te fueras, estabamos desayunando. Ella salió de la cocina, pensé que iba al baño a hacer pipí.
Sí
El caso es que pasaron un par de minutos y no volvía, así que me pregunté dónde habría ido, y salí a buscarla. Estaba sentada en la entrada, con la espalda apoyada en la pared, tapándose la cara con las manos, en completo silencio, ¿eh? No buscaba llamar la atención ni nada, estoy segura. Susana, qué haces, le dije. Estaba llorando, levantó la mirada y me dijo: Es que no quiero que mi tita se tenga que ir a trabajar. La cogí en brazos y la abracé, y ha estado llorando en mi hombro desconsoladamente durante un par de minutos. Luego le estuve enseñando los zumos y las galletas de tosta rica que trajiste y ya se le ha pasado.
¿En serio, Natalia?
Esta chiquita te quiere con locura ¿sabes? Deja que te dé un abrazo Sara, estoy orgullosa de ti, de verdad.
............
No me pregunteis qué pasará mañana. No me pregunteis si llueve, o si ha salido la luna, porque nada de eso me importa. Sólo sé que duermo abrazada a una niña de 5 años, y que mañana no pienso ir a trabajar. Ventajas de ser la dueña.
Lo que acababa de leer le había dejado perplejo. No podía salir de su asombro, y tras unos segundos de vacilación, rompió a llorar desconsolada e incontroladamente. Buscó entre sus discos y encontró rápidamente uno de sus favoritos, el de Carlos Santana. Lo sacó de su caja y lo introdujo en el lector de CD, para darle acto seguido al play. La música inundó por completo su modesto salón de 20 metros cuadrados. A cada acorde, se acrecentaba su llanto, un llanto que le atenazaba la garganta, le obligaba a entrecerrar los ojos, y le dolía considerablemente en la parte baja de las costillas. Era como cuando te vienen arcadas y sabes que no puedes evitar el vómito.
Varios minutos después, buscó su gabardina, cogió del taquillón de la entrada sus llaves, el paquete de Chesterfield y el mechero, y salió a la calle.
Deambuló durante un par de horas por las calles mojadas por la reciente lluvia, sin saber muy bien a dónde ir. Entró en un bar, y se pidió una cerveza. 5 cervezas después, durante las que no hizo otra cosa que mirar a una reproducción de "El mundo de Cristina" de Wyeth, que colgaba de la pared de enfrente de la barra, pidió la cuenta, la pagó, y salió de nuevo a la calle.
Caminando por la avenida principal, pasó por la puerta de un hotel de 5 estrellas, muy conocido, y que toda la vida había estado allí, a 200 metros de su casa. "Nunca he estado aquí", pensó, y se dirigió hacia la entrada principal con paso decidido. Al entrar al vestíbulo se le acercó un portero elegantemente uniformado que, con unas exquisitas maneras le advirtió: "Caballero, lo siento, no se puede fumar aquí".
"Oh, perdone, mire si seré despistado, ni siquiera era consciente de que estaba fumando, mil perdones."
"No se apure señor, puede apagar el cigarrillo aquí mismo" le contestó el portero ofreciéndole un cenicero. "¿Puedo serle útil en algo, señor"?
"¿Tienen habitaciones disponibles?" Contestó él.
"Por supuesto señor, tenga la bondad de acompañarme"
El portero le condujo a recepción: "Luis, por favor, el caballero desea una habitación"
Subió a la habitación en un ascensor muy decorado, acristalado en todos sus costados, a excepción del de las puertas. El suelo estaba enmoquetado, y se podía escuchar música procedente de un hilo musical. "A dónde vamos a llegar", pensó "música en el ascensor"
La habitación era espaciosa y acogedora, aunque no exenta de ese toque deshumanizado, impersonal, que tienen todas las habitaciones de hotel, que hacen que tanta comodidad en el fondo te haga sentir incómodo y asfixiado, todo lo contrario de en casa. Esto no hacía sino acrecentar su sensación de soledad. Pensó en llamar al servicio de habitaciones y pedir una cena, pero no tenía ganas de comer. Pensó en llamar y pedir que le enviaran una puta, pero no tenía ganas de follar. Pensó en tirarse por la ventana, pero no tenía ganas de morir, aunque tampoco tuviera muchas de vivir. En realidad no tenía ganas de nada en especial; lo descubrió en cuando pasó unos cinco minutos haciendo zapping infructuosamente. Finalmente se acostó y trató de disfrutar del confort de la cama, aunque no tardó en descubrir que ésta se componía de dos camas de 80 unidas por el método rudimentario de atar las patas de ámbas entre sí; "¿y esto es un hotel de lujo?" pensó para sus adentros.
Durmió mal, lo que era habitual en él, y soñó con un montón de cosas absurdas e irreales, la mitad de las cuales era incapaz de recordar en cuanto puso un pie en el suelo al levantarse por la mañana. Trató de poner orden a sus pensamientos, y decidir qué iba a hacer a partir de ahora, pero no se aclaraba.
Mientras se duchaba, se dedicó a meditar sobre su situación: En apenas 3 meses le habían despedido del trabajo por los malditos recortes de la crisis. Su mujer le había dejado, preocupada fundamentalmente por mantener su estátus social, y por tanto, agarrar a un nuevo pardillo que le mantuviera su tren de vida, y días después, su padre, que tanto le había apoyado en los momentos difíciles, se había muerto repentinamente, sin dejarle ni tan siquiera la posibilidad de despedirse, de decirle lo mucho que le quería y le agradecía todo lo que había dado por él. Y la noche anterior había descubierto, mientras mataba el aburrimiento en internet, que le habían tocado 27 millones de euros en el sorteo de la euromillones.
Se vistió, bajó al hall del hotel, pagó la cuenta, y salió a la calle. Parado en la puerta, se encendió un chester y observó la calle durante unos instantes. Todo seguía donde siempre. "Nada ha cambiado", pensó. "Sigue haciendo el mismo puto frío" y se subió el cuello de la gabardina. "¿Y ahora qué?" masculló, mientras emprendía el paso y se perdía por la avenida.
Sentadas en el suelo, cada una a un extremo del pasillo. Me mira como un animal salvaje al que acaban de herir. Por qué habré sido tan estúpida. Medito cómo pedirle perdón sin parecer tan vulnerable. Sin parecer inconsistente. Si no medito mi reacción entonces daré la sensación de haber perdido por completo los papeles. ¿Cómo se sostiene la autoridad en estas situaciones?
Lo siento, lo siento tanto... ¿por qué coño le habré gritado de esa manera?
Me muevo por fin, y recorro el pasillo a cuatro patas, como un gato, sigilosa, mientras Susana me observa en silencio, sin saber qué decir, sin saber qué pensar.
Cuando llego a su altura la miro fijamente. Observo sus mejillas, enrojecidas por el sofocón, los borrones de las lágrimas mal secadas con la manga, mezcladas con los mocos. Observo sus pupilas, clavadas en mí, y en ellas veo reflejado a mi hermano, y su mirada penetrante, y su mensaje: cuida de ella, por favor, es lo que más quiero en esta vida.
¿Me perdonas? susurro con una voz amigable y humilde, humillada.
Susana no contesta. Solo me mira. Fijamente. Y unos segundos después alza su mano derecha, la pone sobre mi cabeza, y empieza a acariciar mi pelo... igual que a un gato.
No voy a entrar en un análisis profundo de la realidad agazpada tras esta frase, que es una realidad terrible, y el que me lea habitualmente sabrá, de sobra, que tengo serios problemas para afrontar las situaciones irreversibles. Lo que quería decir, es que desde ayer, me siento la mamá mas guay del mundo mundial.