Santana -
Lo que acababa de leer le había dejado perplejo. No podía salir de su asombro, y tras unos segundos de vacilación, rompió a llorar desconsolada e incontroladamente. Buscó entre sus discos y encontró rápidamente uno de sus favoritos, el de Carlos Santana. Lo sacó de su caja y lo introdujo en el lector de CD, para darle acto seguido al play. La música inundó por completo su modesto salón de 20 metros cuadrados. A cada acorde, se acrecentaba su llanto, un llanto que le atenazaba la garganta, le obligaba a entrecerrar los ojos, y le dolía considerablemente en la parte baja de las costillas. Era como cuando te vienen arcadas y sabes que no puedes evitar el vómito.
Varios minutos después, buscó su gabardina, cogió del taquillón de la entrada sus llaves, el paquete de Chesterfield y el mechero, y salió a la calle.
Deambuló durante un par de horas por las calles mojadas por la reciente lluvia, sin saber muy bien a dónde ir. Entró en un bar, y se pidió una cerveza. 5 cervezas después, durante las que no hizo otra cosa que mirar a una reproducción de "El mundo de Cristina" de Wyeth, que colgaba de la pared de enfrente de la barra, pidió la cuenta, la pagó, y salió de nuevo a la calle.
Caminando por la avenida principal, pasó por la puerta de un hotel de 5 estrellas, muy conocido, y que toda la vida había estado allí, a 200 metros de su casa. "Nunca he estado aquí", pensó, y se dirigió hacia la entrada principal con paso decidido. Al entrar al vestíbulo se le acercó un portero elegantemente uniformado que, con unas exquisitas maneras le advirtió: "Caballero, lo siento, no se puede fumar aquí".
"Oh, perdone, mire si seré despistado, ni siquiera era consciente de que estaba fumando, mil perdones."
"No se apure señor, puede apagar el cigarrillo aquí mismo" le contestó el portero ofreciéndole un cenicero. "¿Puedo serle útil en algo, señor"?
"¿Tienen habitaciones disponibles?" Contestó él.
"Por supuesto señor, tenga la bondad de acompañarme"
El portero le condujo a recepción: "Luis, por favor, el caballero desea una habitación"
Subió a la habitación en un ascensor muy decorado, acristalado en todos sus costados, a excepción del de las puertas. El suelo estaba enmoquetado, y se podía escuchar música procedente de un hilo musical. "A dónde vamos a llegar", pensó "música en el ascensor"
La habitación era espaciosa y acogedora, aunque no exenta de ese toque deshumanizado, impersonal, que tienen todas las habitaciones de hotel, que hacen que tanta comodidad en el fondo te haga sentir incómodo y asfixiado, todo lo contrario de en casa. Esto no hacía sino acrecentar su sensación de soledad. Pensó en llamar al servicio de habitaciones y pedir una cena, pero no tenía ganas de comer. Pensó en llamar y pedir que le enviaran una puta, pero no tenía ganas de follar. Pensó en tirarse por la ventana, pero no tenía ganas de morir, aunque tampoco tuviera muchas de vivir. En realidad no tenía ganas de nada en especial; lo descubrió en cuando pasó unos cinco minutos haciendo zapping infructuosamente. Finalmente se acostó y trató de disfrutar del confort de la cama, aunque no tardó en descubrir que ésta se componía de dos camas de 80 unidas por el método rudimentario de atar las patas de ámbas entre sí; "¿y esto es un hotel de lujo?" pensó para sus adentros.
Durmió mal, lo que era habitual en él, y soñó con un montón de cosas absurdas e irreales, la mitad de las cuales era incapaz de recordar en cuanto puso un pie en el suelo al levantarse por la mañana. Trató de poner orden a sus pensamientos, y decidir qué iba a hacer a partir de ahora, pero no se aclaraba.
Mientras se duchaba, se dedicó a meditar sobre su situación: En apenas 3 meses le habían despedido del trabajo por los malditos recortes de la crisis. Su mujer le había dejado, preocupada fundamentalmente por mantener su estátus social, y por tanto, agarrar a un nuevo pardillo que le mantuviera su tren de vida, y días después, su padre, que tanto le había apoyado en los momentos difíciles, se había muerto repentinamente, sin dejarle ni tan siquiera la posibilidad de despedirse, de decirle lo mucho que le quería y le agradecía todo lo que había dado por él. Y la noche anterior había descubierto, mientras mataba el aburrimiento en internet, que le habían tocado 27 millones de euros en el sorteo de la euromillones.
Se vistió, bajó al hall del hotel, pagó la cuenta, y salió a la calle. Parado en la puerta, se encendió un chester y observó la calle durante unos instantes. Todo seguía donde siempre. "Nada ha cambiado", pensó. "Sigue haciendo el mismo puto frío" y se subió el cuello de la gabardina. "¿Y ahora qué?" masculló, mientras emprendía el paso y se perdía por la avenida.
Oh...Dios !!! qué pluma...
ResponderEliminarMe ha costado el mismo tiempo escuhar esta preciosidad de música que leer tus parrafadas.
ResponderEliminarMientras leía podía ver completamente todo.
Oye, muy bueno! Primera vez que te leo. Tienes una capacidad, bastante escasa, de entrar con profundidad en los personajes. Bien construido. Me encantó. Te sigo...
ResponderEliminarEa, ahora es cuando yo voy, y levito.
ResponderEliminarNiño escritor, tanta gente por aquí de golpe me incomoda y me halaga a partes iguales. Ya sabes, soy un poco solitaria, y esto me abruma, pero a la vez siento que les gusta, y eso es agradable. Gracias.
Mónica, tu confesión es mi felicidad. Si es cierto que podías verlo todo, voy a empezar a creerme que tengo un don, ja,ja,ja
Siona, muchas gracias. Te invito a que leas el resto y me digas si te gusta de verdad, y si te gusta, a que lo disfrutes. Yo escribo para gente como vosotros.
Y gracias a todos los que leeis y no comentais, que tengo un chinito infiltrado en vuestros navegadores que es un churretero y me lo cuenta todo.
Si, tienes la energía luminosa que desprende y aspira cada color.
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